A la pregunta de qué sientes cuando bailas, el joven Billy Elliot respondió en el homónimo largometraje del 2000 que es «como electricidad». Imaginemos pues ese flujo de energía que inunda el cuerpo y le exige abandonar el reposo; en ocasiones, a favor de los desplazamientos rigurosos del ballet, o al contrario, las sacudidas y contorsiones del break dance. Sea cual sea el estilo o grado de expresión corporal, una idea recurrente es que al final se consigue una sensación de libertad y de pulsiones saciadas. Pero, ¿qué pasa cuando no ocurre esto? ¿O cuando esa electricidad amenaza con esfumarse por completo? La película francesa En movimiento aborda tal dilema a través de su protagonista: una parisina veinteañera que a raíz de un doloroso traspiés, empieza a cuestionar su relación con el baile y las posibilidades de una reconciliación.
Presente en el Tour de Cine Francés 2022, En movimiento cuenta la historia de Élise, una talentosa bailarina de 26 años —interpretada por la debutante Marion Barbeau— que pierde repentinamente la concentración durante un espectáculo de ballet y sufre una fuerte caída en el escenario. A partir de ahí, el personaje debe lidiar con una lesión de tobillo que probablemente requiera cirugía con un periodo de recuperación extremadamente largo, al punto de significar un obstáculo para su trayectoria. Pero de no operarse, el riesgo sería que jamás recobre la misma flexibilidad. Entonces, Élise asume que de cualquier modo, sus días de bailarina profesional están acabados.
Sin embargo, cuando su camino se cruza con el de una compañía de danza contemporánea, la protagonista entra en contacto con una forma diferente de comprender el movimiento y el lenguaje de su cuerpo. Quizás no tenga que renunciar al baile después de todo.
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Cabe aclarar que Élise no es alguien entregada al drama ni una náufraga en un mar de depresión. Ella acepta los reveces de la vida con madurez y con la voluntad de seguir adelante, independientemente del enojo o la tristeza que de vez en cuando expresa mediante palabras. Su resiliencia y disposición a aprender en tiempos de adversidad asimismo la eximen de cualquier vicio cómico. Y en cuanto a su arco de transformación, no figura ninguna crisis o conflicto subsecuente que ponga en duda el crecimiento del personaje. En ese sentido, el mayor pecado de En movimiento sería su cualidad plana y predecible, aunque no necesariamente resulte algo negativo. Si este dramedy discreto requiere o no más condimentos, depende del paladar de cada espectador.
Por otro lado, la falta de tragos amargos a lo largo de la película hacen que cualquier manifestación de extrema dulzura se sienta fuera de lugar; por ejemplo, una secuencia en la que dos enamorados corren a los brazos del otro, sin que dicho reencuentro esté fundamentado en una apropiada construcción dramática. Aun así, el director Cédric Klapisch decidió incluirla en su largometraje, cuando en realidad el historial romántico de Élise no es ni siquiera un elemento memorable de En movimiento; al menos, no en el sentido convencional. Si bien el guion expone algunos amores y desamores respecto a un puñado de pretendientes, el vínculo emocional que verdaderamente importa es la de la bailarina con el ballet y el baile en general.
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Un flashback permite al público atestiguar los inicios de la protagonista en la danza clásica, siendo apenas una niña de seis años. La secuencia está ingeniosamente construida; vemos a Élise caminar con su madre por la calle y subir unas escaleras hasta llegar a sus clases de ballet, por medio de un montaje de planos que aunque mantienen una continuidad espacial, ilustran etapas distintas en la vida de la chica. No es un recurso revolucionario, pero muy funcional, en aras de recalcar que el baile ha sido su cotidianidad durante veinte años; su compañero infaltable tanto en la adolescencia como en la edad adulta.
Por ende, cuando un esguince genera una barrera aparentemente insuperable, en Élise sobreviene cierto resentimiento hacia ese antiguo cómplice que ahora se aleja de ella. Hay incluso una escena en la que el personaje sugiere que el ballet condena a las mujeres a un final desgraciado, citando la historia trágica de El lago de los cisnes. Sin embargo, la danza clásica no termina siendo la villana de En movimiento. Klapisch y su coguionista Santiago Amigorena consiguen establecer el diálogo entre ese perfeccionismo tradicional y los principios más liberadores de la danza contemporánea, sin condenar ninguna de ambas modalidades. A fin de cuentas, la película coincide con Billy Elliot en que cualquier baile mantiene una especie de electricidad. Ya será decisión de cada bailarín elegir el estilo que le sea más favorable para sentirse satisfecho, en lo corporal y lo espiritual.
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La película cumple con confeccionar algunos momentos de baile donde quienes cobran absoluta relevancia son los bailarines. La labor de la cámara reside en saberlos encuadrar, sea en individual o colectivo, mientras que la majestuosidad del movimiento corresponde enteramente a estos personajes (ergo, las talentosas actrices y actores) que hacen suyo el escenario. Tema aparte que la secuencia de créditos iniciales juegue con la idea de dinamismo de otras formas visualmente llamativas; por ejemplo, la imagen de una bailarina que se distorsiona con una música estruendosa de fondo.
Una feel-good movie hecha y derecha, En movimiento queda muy corta al compararla con la película inmediatamente anterior de Cédric Klapisch (Alguien, en algún lugar). No obstante, posee una invitación casi irresistible de mantenernos en paz con nuestro cuerpo. Y por qué no, emplearlo con mayor frecuencia como instrumento para comunicar nuestro universo de emociones diarias.
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