La casa del dragón continúa su paso con un episodio 5 que es muestra de las mejores características del programa y del mundo creado por George R. R. Martin. La danza de dragones que se avecina llegará a nosotros luego de la pavimentación de un camino lleno de muchas otras danzas figurativas y literales. Algunas en donde constantemente se desdibuja la línea entre la política y el simple salvajismo del ser humano.
A pesar de que el mundo de Poniente está poblado de ficción y dragones, lo que le inyecta vitalidad al relato es su entramado político y sus repetidas configuraciones visuales que pretenden ilustrar con una simbología muy marcada el verdadero corazón de la historia. Fuego, sangre, ratas y la descomposición de sus personajes, sólo ilustra el alma de la trama y las motivaciones que conducen a todos sus jugadores.
Más que en otros episodios, Iluminamos el camino, juega con los dobles sentidos y las elipsis narrativas. Para muestra un primer momento en donde la serie deja a la imaginación un asesinato y lo emparenta con la decapitación de un pescado. A La casa del dragón no le da miedo ser brutal frente a la cámara, pero entiende que en ciertos momentos aquello que no se ve y aquello que se puede descifrar tras la observación de la imagen es más poderoso.
Otro ejemplo del manejo de la simbología es el vestido color verde que porta Alicent (Emily Carey) cuando interrumpe el discurso de su esposo al llegar a la sala de trono. Su caminar a través del vestíbulo, la puesta en escena con distintos planos en donde observamos las reacciones de todos, y en los que se hace especial énfasis de que toda su familia viste el mismo color, acompañado del tema dispuesto por Ramin Djawadi para el personaje, hacen de la escena el presagio de guerra más oscuro que ha tenido la serie hasta el momento.
Además, el espectador más observador y sobre todo aquellos que conozcan el material origen de Martin, podrán constatar que la puesta en escena revela cosas del futuro. El enfoque de algunos personajes en momentos específicos, o la añadidura de las ratas en un momento tan definitivo como el final del episodio son las bases de un relato todavía más complejo que se avecina. Lo anterior también sienta las bases para la bienvenida del nuevo reparto que sustituirá a Rhaenyra (Milly Alcock) y Alicent. Así como la llegada de una segunda mitad de la temporada que le dará un giro a la serie.
Hasta el momento la serie ha utilizado a un personaje como un pilar que sostiene todo. El rey Viserys, interpretado brillantemente por Paddy Considine, es ese sostén. Con cada episodio que el personaje evoluciona, lo hace en dos sentidos. El primero como un monarca incompetente, que permite que todos a su alrededor planteen un juego en donde la meta es su sustitución. El segundo es su sentido simbólico como el de un reloj de arena. Cada vez más ataviado y más desecho. La crónica de una muerte anunciada que todos esperan como ratas escondidas en la oscuridad para salir a comer en el momento adecuado.
Una metáfora de su poco dominio como rey es el momento de la boda en donde el caos reina y él desde su sitio elevado no puede enterarse de nada. Incapacitado para ofrecer una solución o ejercer el orden, lo mejor que puede hacer es sangrar sobre la mesa. Su marcado destino le obliga a apresurar los planes para casar a su hija y asegurar así una sucesión un tanto más sólida. Pero a su lado su propia esposa, aconsejada por su padre, no está muy de acuerdo con los temas de la sucesión. Su desacuerdo no persigue el poder, sino solamente su bienestar y el de sus hijos.
Algo muy característico desde Juego de tronos era el planteamiento de sus personajes. Ninguno era totalmente villano ni héroe. Todos velaban por su propia seguridad y la de los suyos. Con La casa del dragón sucede lo mismo, sin embargo, el episodio 5 es el que más revela todavía más una situación muy oscura. En la serie anterior la lucha por el poder perseguía motivaciones casi mesiánicas en donde el ideal era salvar al mundo de la amenaza del norte, o de la rueda opresora de los débiles. Aquí la lucha del poder es simplemente por el poder. Y nadie tiene miedo de admitirlo. Estamos en la mitad de la serie y poco sabemos sobre el bienestar y las necesidades del pueblo. Su enfoque totalmente maquiavélico es lo que hace del drama algo tan intrigoso y delicioso.
Desde luego el mejor momento de este episodio sucede cuando todos los jugadores están reunidos en un solo lugar. Tenerlos a todos juntos es como tener una jaula llena de animales salvajes. Eventualmente algo debe salir mal o algún conflicto cobrará protagonismo. La directora del capítulo, Clare Kilner, demuestra de nueva cuenta un gran manejo del suspenso. Sus cortes constantes entre personajes y el diálogo puesto en sus bocas incomodan al espectador casi tanto como los protagonistas en medio del conflicto.
Cuando los tambores resuenan por primera vez la cámara enfoca a Ser Criston Cole (Fabien Frankel), como si fuera un llamamiento de guerra. Lo que sigue son coreografías literales y figurativas con conversaciones en torno al salón del trono que no son otra cosa que estrategias de una guerra silente que todavía se cuece por lo bajo. A través de dichas conversaciones, de manera sutil, se sienta el precedente de lo que será la segunda mitad de la serie. Un nuevo reacomodo de las piezas en el tablero tras el temblor que supone el clímax de otra boda sangrienta.
El pulso narrativo y cinematográfico de La casa del dragón está en su punto y aún nos encontramos a la mitad de la temporada. El suspenso de este episodio, aunado a su gran elegancia narrativa y audiovisual, son la digna despedida que se merecían las actrices Milly Alcock y Emily Carey, quienes ya no volverán durante el resto de la serie.
Los nuevos episodios llegan todos los domingos.
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