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Los Fabelman – Crítica de la película

Crítica de la película Los Fabelman.

«Tu padre fue ingeniero computacional. Tu madre música», le dice James Lipton, presentador del programa de entrevistas Inside de Actors’ Studio a Steven Spielberg en una emisión de 1999. «Cuando la nave espacial [de Encuentros cercanos del tercer tipo] aterriza, ¿cómo se comunican?». La respuesta inmediata del director es sólo una sonrisa. «Me encantaría decirte que eso fue planeado», responde, de pronto cayendo en cuenta de que sin querer había representado a sus padres en aquel filme. «Pero no lo había notado hasta este momento. Tienes toda la razón».

En aquella cinta, apenas su tercera estrenada en cines, la nave espacial y la humanidad se comunican a través de música generada por computadoras. Una vez que la notas, la metáfora es tan obvia que es difícil creerle que no se haya dado cuenta antes. Pero esa clase de habilidad natural para la metáfora cinematográfica sólo podría venir de alguien que desde muy pequeño se dio cuenta del poder de la imagen en movimiento.

La película Los Fabelman se trata justo de todas estas cosas. De una pareja de esposos (ella música, él ingeniero) que se entienden de la misma forma en que la humanidad se podría entender con extraterrestres: a través de la traducción. Ninguno de los dos habla realmente el idioma del otro, pero hacen su mejor esfuerzo para traducirse hasta que ese esfuerzo termina por agrandar los silencios entre ellos.

Crítica de la película Los Fabelman

Sammy intenta recrear una secuencia de El espectáculo más grande del mundo en la película Los Fabelman.
Sammy intenta recrear una secuencia de El espectáculo más grande del mundo en la película Los Fabelman.

Es también sobre un niño, el hijo de ellos, Sammy, a quien un día llevan a ver El espectáculo más grande del mundo (1952) y la secuencia en la que un tren se descarrila en un espectáculo de destrucción cautivante le cambia la vida para siempre. Desde ese momento, recrear esa sensación se convertirá en la obsesión del jovencito.

Más adelante en su vida, ya como adolescente, el joven Sammy Fabelman (interpretado con inocencia natural y honesta ternura por Gabriel LaBelle) continuará explorando y nutriendo su talento nato. Ese talento, como le señala su abuelo (Judd Hirsch), podría terminar por alejarlo de todos y alienarlo incluso de sus seres más queridos: «es la maldición del artista», le advierte. No obstante, Sammy pronto encontrará que el cine es capaz no sólo de emocionar, sino de revelar verdades, ocultar fallas, enaltecer mentiras y mostrarnos no sólo quienes somos, sino quienes podríamos ser.

Sammy Fabelman, como su contraparte en la vida real, descubre desde muy temprano que la clave del cine reside en la edición: en lo que se deja dentro y lo que se deja fuera de la película.

Michelle Williams en la película Los Fabelman.
Michelle Williams en la película Los Fabelman.

«Cuando vamos al cine […] no deseamos escapar de la vida, sino encontrarla», escribe Robert McKee en su clásica obra sobre guionismo Story, en el cual hace, creo, el argumento que Spielberg ha plasmado en todas y cada una de sus películas: el cine, incluso el más comercial, no es un escape de la vida, sino una forma de «ejercitar nuestras emociones para disfrutar, aprender y añadirle profundidad a nuestros días».

Crítica de la película Los Fabelman

La película Los Fabelman –cuyo guion fue escrito junto su colaborador frecuente, Tony Kushner– corría el riesgo de ser un festín solipsista de autoengrandecimiento. Pero Kushner y Spielberg, en su primer crédito como guionista desde Inteligencia Artificial (otra más de sus películas sobre padres e hijos), evitan recontar todas las historias y leyendas que la cultura popular ya conoce sobre «el mejor director de todos los tiempos». Nunca lo vemos darle indicaciones a la estrella Joan Crawford a los 19 años. No hay alusiones obvias a diálogos clásicos de sus filmes. No hay un momento en el que alguien, por ejemplo, salga de un clóset usando una peluca chistosa, ni hay un solo látigo a la vista. Sólo está aquel famoso episodio en el que el joven Steven conoció a John Ford (encantadoramente encarnado aquí por David Lynch) y los consejos sobre cine que éste le dio.

Lo que sí hay, como siempre en sus filmes, es un cuidadoso e intencional uso del lenguaje audiovisual. Sus emplazamientos son cuidadosos y reveladores, como cuando el padre (Paul Dano) se esfuerza por enseñarle a los niños la técnica correcta para armar una fogata, mientras al fondo, Benny (el amigo familiar interpretado por Seth Rogen) juega con Mitzi, la mamá (Michelle Williams, espectacular como siempre). Ellos dos, por cierto, sí hablan el mismo idioma: aquel de la emoción y no de la razón.
A sus 76 años, Spielberg ya entiende mejor a sus padres, pero la película no pretende explicárnoslos o mostrarnos sus puntos de vista. Él sabe que entenderlos mejor no significa poder contar su historia y mantiene el foco de la película firmemente en su doble cinematográfico.

Sammy Fabelman no es quien Steven Spielberg solía ser, pero es quien Steven Spielberg sentía que era.

La familia Fabelman en su película.
Los Fabelman en su película.

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