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La Mujer Rey – Crítica de la película

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Al ver La Mujer Rey, la más reciente película de la directora Gina Prince-Bythewood, queda clara una cosa: su estilo, tan explosivo como sensible y revolucionario, es único. Refrescar el subgénero del drama histórico no es tarea fácil, pero ella lo logra sin esfuerzo y con elegancia en este proyecto que no da tregua al público en ningún momento. Con una estupenda interpretación estelar, acción vigorizante y una pertinente historia real de fondo, el resultado es nada menos que épico.

Prince-Bythewood ya entregó en La vieja guardia (2020) una bienvenida reinterpretación de la fórmula del cine basado en cómics, dándole la vuelta a las típicas personalidades y comportamientos de las figuras indestructibles que usualmente protagonizan este tipo de historias, dándoles conflictos humanos que resultaban lógicos tomando en cuenta el hecho de que se hablaba de seres inmortales. El elemento de la inmortalidad era clave, pues situaba a los personajes en numerosos contextos históricos del pasado que comúnmente son retratados de manera un tanto unidimensional, pero que en sus manos pasaron a estar más matizados, en gran parte por su perspectiva contemporánea y reflexiva. Aquí sucede lo mismo: desde los primeros minutos comprendemos que estamos ante una obra que explora el pasado, aunque no está peleada con las preocupaciones de este siglo.

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Crítica de La Mujer Rey.

Ambientada en África Occidental en 1823, la película sigue a Nanisca (Viola Davis), guerrera comandante del ejército Agojie, que está formado completamente por mujeres. Ellas son las encargadas de proteger al pueblo Dahomey, liderado por el rey Ghezo (John Boyega). Varias mujeres han sido secuestradas por esclavistas del imperio Oyo, con el cuál mantienen una rivalidad. Además, los Oyo han formado una alianza con esclavistas portugueses. Con el fin de proteger a su gente, Ghezo le pide a Nanisca que entrene a las demás guerreras para iniciar una batalla que les libere del yugo de la alianza de sus vecinos con los europeos. Tal es la fuerza que la comandante despliega durante la guerra que, eventualmente –y gracias a una afortunada tradición– es nombrada Mujer Rey. Es decir, alguien que gobernará junto a Ghezo, con el mismo nivel de poder.

En gran parte, esto sí sucedió. Las Agoije sí lucharon, sí se organizaron, sí defendieron lo que era suyo. Donde la narrativa se toma más libertad es en la presentación de Nanisca y otros personajes. La líder no existió en la realidad, así como tampoco muchas de sus compañeras. Pero al incluirlas en los eventos la cinta se vuelve por demás propositiva.

El principal acierto –porque hay muchos– está en el guion, escrito por Dana Stevens (Un ángel enamorado) a partir de una historia que ella misma escribió con la actriz Maria Bello (ER). En ningún momento se olvida el hecho que la guerra, la esclavitud y muchas otras atrocidades son causadas por la opresión masculina. Sin embargo, se opta por no presentar a varios de los hombres que rodean a las soldados como villanos desalmados. Las escritoras aprovechan cada oportunidad que tienen para decirnos que nada es blanco y negro, explorando las áreas grises con muchísimo optimismo. No sólo da gusto ver que, como producto de un atinado revisionismo, tanto el rey como un soldado portugués se ponen del lado de las guerreras, sino que, además, se dedica la mayoría de la duración del filme a presentar a las grandiosas combatientes como personas con otras actividades.

Crítica de La Mujer Rey

Ahí se asoman los matices de los que hablamos antes. A pesar de lo que han sufrido y aguantado durante años, las Agojie no son tratadas en la producción como víctimas que sólo buscan venganza. Ríen, bailan, hacen bromas. Viven su vida recordando su pasado como motor, pero sin caer en el estereotipo de mujeres que sólo tienen como propósito pelear. De nuevo, es preciso mencionar que nunca se borran los sucesos tristes y violentos, pero se toma la decisión de no quedarse en ellos por mucho tiempo.

Esta exploración realista de los sentimientos permite que el largometraje juegue con otros elementos. Por ejemplo, la fotografía. Con tomas apabullantes y excesivamente coloridas que le sacan el máximo provecho a la tecnología de nuestros días, Polly Morgan (La chica salvaje) hace de cada escena una pintura viviente que nos estimula constantemente.

También es importante hablar del diseño de producción, hecho por Akin McKenzie (Native Son), y los vestuarios, confeccionados por Gersha Phillips (Star Trek: Discovery). La mezcla de los talentos de ambas le da al proyecto una gran escala y una calidad teatral que engalana la pantalla.

Aunque hay un combo que se destaca sobremanera: el de las secuencias de acción y las actuaciones. Las Agojie alzan sus bastones, escudos, rifles y cuchillos para defenderse y para defender todo aquello que les importa y que les ha sido arrebatado por años. Corren, saltan y atacan con firmeza, con movimientos calculados, veloces, feroces. De pronto, estamos con ellas. Su energía nos ha succionado hacia la pantalla. Y ahí, en medio del implacable tumulto que hace retumbar el suelo de la sala, los ojos intensos y la gracia de las acciones de Viola Davis nos hacen caer en cuenta de que, sin duda, era la actriz indicada para liderar a sus hermanas en la ficción, quienes la siguen sin hacer preguntas.

Termina la guerra y sólo nos queda mirar fijamente hacia el frente mientras La Mujer Rey es vitoreada por su comunidad. Porque arrasó con sus opresores para liberarse. Para cumplir la promesa que les hacía entre cantos a las demás mujeres que entrenaba: “Vivir por ellas”. Ahora, su legado vivirá por siempre.

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